(EDITORIAL) Doña María: “compran celulares de 10 mil pesos, pero se quejan del precio de la carne”

Una charla cotidiana entre dos vecinas que opinan sobre la economía. ¿A quién no le pasó?

Doña María va a comprar al almacén de su barrio, como todos los días va en búsqueda de un kilo de, pero además pide al carnicero un kilo de churrascos gruesos de paleta y toma un arroz de medio kilo de los estantes.

En la fila para pagar, se encuentra con Doña Julia, la vecina de en frente de su casa, la cual conoce hace más de 30 años. En ese momento entablan una charla:

Julia: -Buen día. Qué caro que está todo María. No sabe cómo se me complicó para poder pagar el gas.
María: -Es hasta que se acomode todo. Imagínese que hay que pagar la “fiesta”. Hay que ser paciente.

En ese entonces, María estaba abonando el pan y los churrascos y el arroz que compró para ella y su marido, ambos jubilados. La clienta mira su monedero y nota menos dinero que ayer, que tuvo que tocar algunos pesitos que tenía de reserva para poder comprar, porque anteriormente de ir a la despensa había ido a pagar el gas.

María ya no lleva la misma cantidad de productos que solía llevar, lleva menos. Pero ella sabe que la paciencia es clave en su idea de “acomodación” de las cosas. Su vecina le vuelve a hablar.

Julia: -Más tarde tengo que ir a reclamar por la boleta de luz que me llegó, es impagable, casi 5.000 pesos.
María: -Pero es lo que vale la energía, se derrochaba antes. Ahora se paga lo que es.
Julia: -Pero con estos aumentos se complica todo, encima hoy aumentó la carne.
María: - Pero yo veo que compran celulares de 10 mil pesos, pero se quejan del precio de la carne.

Una mirada entre las dos clientas da por finalizado el debate con una leve tensión. En ese momento, la dueña de la despensa se dispone a cobrar. Entre el pan y la carne, la cuenta da 350 pesos. María saca su monedero y cuenta los billetes, pero no le alcanza, ella no se había dado cuenta que solo disponía de 270 pesos que le habían sobrado luego de pagar la boleta de 1550 pesos de gas . Deberá dejar algo o pedir que le fíe alguno de los productos hasta ir a su casa a buscar dinero.

En ese instante, Julia, que solo llevaba medio kilo de pan, le pone 50 pesos en el mostrador y le dice a María que los acepte, que después se los devuelva. La sorprendida clienta acepta la propuesta, pero muriéndose de vergüenza, diciendo que la acompañe hasta la puerta de su casa y que se los devuelve. Julia le responde que no hace falta, que a la tarde pasa a tomar unos mates y que ella compre bizcochos caseros.

Ambas pagan y se van. Julia se va a la verdulería y María vuelve a su casa, con una sensación de que realmente algo no marcha bien, y se dice a sí misma que “han pasado de todos los colores y esto siempre es lo mismo”. Y en ese momento piensa en sus hijos y sus nietos y no puede dejar de pensar en lo que vendrá, mientras abre la puerta de su casa para ir a cocinar.

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